Hace tanto
tiempo que te espero, que ya he perdido la cuenta de los días, las horas, los
minutos y los segundos. El reloj se ha parado- se quedo sin pila- y el
calendario ha terminado. Han pasado los días, los meses incluso ya paso el año.
Ha vuelto el invierno y tú no estás. No estás para arroparnos con la manta, ni
para tomar chocolate con churros en medio de la plaza mayor. Tampoco estas para
besarnos bajo la lluvia, ni mucho menos para ir a Navacerrada a esquiar. Y es
que ha pasado tan rápido el tiempo que ni me di cuenta. La última vez que te vi
sonreír fue en invierno, nos despedimos con dos besos, con promesas que
prometimos cumplir, y con la frase de “nos vemos pronto, te lo prometo”. Y nos
fuimos tan contentos sin darnos cuenta de que probablemente fuese la última vez
que nos volviésemos a ver, que ya no iba a ver más besos, y que las promesas no
se iban a cumplir. Supongo que yo fui en parte consciente porque cada paso que
daba, se me clavaba en el corazón como una puñalada. Fui tonta por creer que ibas
a cumplir tus promesas y aquí estoy después de un año esperándote. Esperando
recibir tu llamada, tus mensajes y tu intención de volver a vernos. De pasar el
día entero haciendo el tonto, comiendo chocolate y riéndonos por las calles. A
veces me gustaría volver a verte para contarte todo lo que he conseguido
mientras te esperaba. Que yo sí que cumplí mi promesa de tirarme en paracaídas,
de ir a Barcelona y la más importante de seguir escribiendo y lo hago porque
aún hay una mínima esperanza de que me sigas leyendo- aunque antes eso solo lo
hacías tú-.